sábado, 10 de noviembre de 2007

VI


Desde hace tiempo me gustó la idea de convertirme en una especie de profesor Henry Higgins, el personaje de "Pigmalión", la comedia teatral de George Bernard Shaw en la cual una joven absolutamente rústica e ignorante (Eliza Doolitle) es tomada bajo la tutela del propio Higgins, quien se impone la misión de transformarla en toda una dama (hasta hubo una película al respecto, "My Fair Lady" de George Cuckor, con Audrey Hepburn y Rex Harrison). De algún modo lo he hecho ya, aunque no se haya tratado de mujeres rústicas y mucho menos ignorantes. Montserrat es el caso más cercano. Cuando llegó al DF y comenzó a trabajar conmigo, recién salida de la carrera de Letras Hispánicas, estudiada en una universidad de Tampico, su estilo de escribir era un tanto simple y sin chispa, demasiado académico y escolar. Cuatro años de laborar a mi lado (y de sufrir mi obsesión amorosa) la cambiaron en todos los sentidos. Específicamente en lo escritural, la transformación resultó dramática. Hoy, Montserrat posee una manera de redactar no sólo pulida y sin errores, sino con un estilo propio (amo el sentido del humor de muchos de sus textos, sutilmente irónico, muy suyo) y, a pesar de ese estilo tan propio, puedo descubrir mi mano en un sinfín de detalles. Ella adoptó varias de mis obsesiones gramaticales (soy un corrector de estilo bastante insufrible): la concordancia estricta entre género y número (y en ese sentido, el saber distinguir siempre al sujeto), la prohibición del nefasto noísmo, la elusión del queísmo, el uso frecuente del punto y seguido para no abusar de las comas, el jamás emplear una coma antes de una conjunción como tampoco un punto después de un signo de interrogación o de admiración, la buena utilización de las frases parentéticas, el enriquecimiento del lenguaje por medio de los sinónimos, el conocimiento de los adverbios y cuándo y cómo se les debe usar, la guerra contra los gerundios, la correcta aplicación del pronombre neutro, la defensa a ultranza de la preposición “a” que muchos quisieran ver extinta, la distinción entre objeto directo y objeto indirecto, etcétera. Es una pupila de quien me siento perfectamente orgulloso.
Sin embargo, no es sólo en su desempeño como escritora que yo deseo transformar a una joven. Mi idea es la de tomarla y refinarla en todo: desde su comportamiento cotidiano, su lenguaje coloquial y sus maneras, hasta su cultura, su sensibilidad y sus criterios. ¿Es Belinda una criatura ideal para ello? No en términos absolutos, pues no se trata de una persona así de agreste y de hecho me ha enseñado varias cosas (por ejemplo, en cuestiones gastronómicas). No obstante, en algunos aspectos de su personalidad pienso que sí podría yo incidir de manera positiva y enriquecedora. ¿Sueno petulante, un tanto
engreído? Es posible que sí. Pero a veces es bueno quitarse las falsas modestias y aceptar también las cualidades que uno posee. Quiero cambiar a Belinda en lo posible, pero también ayudarla a explotar, en beneficio de ella misma, todo su potencial, su chispa, su frescura, su diletantismo, su inteligencia natural, su joie de vivre. Deseo tomar en mis manos a una nueva Eliza Doolittle y transformarla en una mujer extraordinaria.

3 comentarios:

Metrópolis dijo...

Un paréntesis fuera de su novela...www.finetune.com pruebala y así cambias ese reproductor tamaño Jumbo y nada estético que le pusiste a tu página...por cierto tiene una muy extensa discoteca de todo, muy buena y recomendable.

Matar por Ángela 2 dijo...

Gracias por el tip, Metropolis. Ya hice el cambio,

Anónimo dijo...

Ya me chuté los tres post de ésta segunda Parte!. Ah que señor Gazca, ha hecho que empeice a releer sus hazañas amorosas parte uno. jajajajajajaja

Saludos de Asael

www.earthmusicnetwork.com/antologia